Un siglo con Julián de Castro S.A.
miércoles 23 de abril de 2014, 12:06h
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Julián de Castro representa como Consejero Delegado la empresa familiar de autobuses que lleva su nombre y que este año cumple cien años. Un siglo de vida del que Julián recuerda con especial apego a su abuelo, promotor de la empresa y empeñado en unir los pueblos de la comarca con la capital; a su padre, quien le enseñó a cuidar a sus clientes como amigos; al cine Charlot, donde llevaba las películas que se cargaban en el primer bus de la mañana desde Madrid; a su primer día como cobrador en un autobús, y a sus hermanos con los que reúne mensualmente para gestionar el estado de la Empresa.
Es una satisfacción llegar al centenario con una empresa familiar que se creó con y por iniciativa de mi abuelo, quien supo poner su empeño en unir determinados pueblos de la comarca con la capital. Tengo una agradable sensación interior por cumplir con el objetivo de continuar con el testigo de los que nos precedieron, para pasárselo a la siguiente generación. Pienso que entre todos hemos ayudado a Torrelodones en su crecimiento acercándoles a Madrid y demás pueblos de su entorno, y que en estos 100 años no nos hemos convertido en empresa capital riesgo ni la hemos vendido a ninguna multinacional, es decir, no es lo meramente económico lo único que nos mueve.
¿Qué recuerdos conservan de la época de su abuelo, sobre la realidad de estos pueblos y del servicio de transporte que los unía…?
Los recuerdos que puedo conservar son pocos. Solamente los que van transmitiendo las personas de más edad que van evocando su pasado. Según cuentan estos pueblos eran muy pequeños. Se componían de núcleos familiares muy arraigados y con una estrecha relación entre las familias que componían el pueblo. Todos se conocían y, según cuentan, entre las distintas familias se creaban un lazo de amistad muy fiel, propia de una época donde las necesidades esenciales no estaban atendidas, y el pueblo y sus gentes las compensaban con grandes dosis de solidaridad y compañerismo. A modo de anécdota, le diré que según cuentan los mayores, el día que se pasó de la tracción de sangre (transporte movido por mulas) al primer autobús movido por gasógeno, la mula que entonces tiraba de la carreta, se colocó de forma espontánea y natural, delante del autobús, como queriendo así tirar de él. Pobre mula, ya sufrió el primer ERE.
¿Y de la forma de llevar la compañía su padre, Julián de Castro?.
La figura de nuestro padre es fundamental en todos los hermanos. Vivía por y para la Familia y la Empresa. Eran años muy precarios aquellos de la posguerra. El esfuerzo era superar el día a día. Él supo hacerlo y verbalizaba con refranes (los cuales venían a ser para mi compendios de la vida intensamente experimentada) del estilo ‘el ojo del amo engorda el caballo’, ‘siempre hay que estar al pie del cañón’, ‘predica con el ejemplo, y nunca exijas hacer lo que tu no haces’... Murió instantáneamente de un ictus en 1986. Nuestro padre fue un enamorado profesional del transporte de viajeros. Cuando nació en 1915, ya en su casa se llevaban dos años trabajando en el transporte con mulas, para ir de Galapagar a Torrelodones para enlazar con el tren, ya que el apeadero más próximo de Galapagar (La Navata) no tenía puente sobre el río para que pudieran circular los vehículos. En 1924 se cambiaron las mulas por un pequeño coche de 14 plazas, cuya marca era Latil, mejorándose ostensiblemente el trayecto hasta el tren. Corrían los años 34 y 35 cuando se compró un coche de segunda mano de 27 plazas, marca Dodge con matricula de Segovia 712. La guerra lo destinaria a otros usos, y acabada ésta, apareció medio quemado. Se cambió de carrocería y a seguir caminando. Ya se llegaba a Madrid de forma regular por los años 39 y 40. Siguen las estrecheces para todos, también para Julián. Pero sigue trabajando, cambiando de coches, trasladando personas, ganándose la vida y haciendo una Empresa; la cual sirvió para vivir a mis padres, a los que con ellos trabajaban y a sus familias.
Las mujeres de la familia también han tenido un papel importante…
Por el repentino fallecimiento de mi abuelo Marcos, fue mi abuela la que se vio obligada a hacerse cargo de la continuidad de la Empresa. Más tarde, nuestra madre Conchita siguió esa labor a la que se dedicó con gran empeño. Era su complicidad con las mujeres, que siendo ella presidenta (de 1987 a 1999) motivó la incorporación de las mujeres a los puestos de históricamente de hombres, como es la conducción, y a lo que la legislación vigente denominó, de forma muy poco afortunada: sectores sobrerrepresentados. Pues bien la cuota del 5% que fijaba la ley, nosotros la cumplimos con creces llegando a trabajar 4 mujeres en una plantilla total de 43 conductores.
¿Qué recuerda del primer momento en el que se hizo cargo del negocio?
Recuerdo con absoluto miedo, el día que empecé a cobrar un autobús yo solo. Tenía 11 años, y no quería. Me daba pavor y ahí me lance a cobrar por mandato de una imperativa y voz de quien conducía, mi padre. Desde ese día, hasta que se instalaron en el año 93 las expendedoras naranjas, no dejé de cobrar. Mis responsabilidades iban exigiendo más despacho y gerencia y menos volante, en especial desde que murió mi padre en 1986. Hasta esa fecha he conducido en el discrecional, tanto en el nacional- colegios especialmente-, como por el internacional, hasta que cambie hace 20 años, aproximadamente, mi asiento de conductor, por el de despacho por mi gerencia. Mi forma de entender la vida con la empresa, la familia me resulta de una gran responsabilidad para intentar hacer lo que nuestros padres me enseño, en especial a mi hermano Antonio y a mí, que somos los que diariamente trabajamos en la Empresa.
¿Qué nos podría explicar de la filosofía serendipity?
Todo nace de que hace muchos años, allá por el 95, vi una peli que se llamaba Smoke, donde un soberbio Willian Hurt da vida a un estanquero, que todos los días y a la misma hora fotografiaba la esquina de su tienda, para “tan solo” retratar a las personas que por allí pasaban. Parecían las mismas fotos, pero no era así. Tan solo tenias que estar no anestesiado por la cotidianidad, para darte cuanta que cada foto era distinta a cada foto. En otras palabras, es la facultad de hacer grandes descubrimientos en situaciones donde menos se esperan, como por ejemplo en un viaje de línea en autobús. Independientemente de que se realice varias veces al día, nos sorprenderíamos a nosotros mismos si simplemente nos fijáramos en pequeños detalles como por ejemplo, en el estado de ánimo en que van subiendo otros pasajeros, la cara de otros conductores de la vía, lo que aprenderíamos en ocasiones de otras personas que se sientan a nuestro lado si mantuviéramos una mínima conversación… En esta familia por poner un ejemplo, mi padre y mi madre se conocieron en un viaje de línea cualquiera por los años 30. Ella iba a estudiar a Madrid hasta que estalló la guerra civil en un autobús que conducía un chofer llamado Julián de Castro. Así Conchita y Julián formaron un noviazgo y después de acabada la guerra más incivil de todas las guerras, se casaron en el año 41, para al año siguiente y así hasta el 59 formar un linaje de ocho hijos, y que gracias a Dios vivimos todos.