Lolita se mete en la piel de Poncia, la criada de Bernarda, para enfrentarse al público en solitario con un texto, escrito por Luis Luque que comienza donde termina la obra de Lorca. En él, dentro de una tormenta de niebla, Poncia reza por la muerte de Adela. La casa se ha sumido en un mar de silencio. Poncia habla sola y también con ellas, con Bernarda Alba y sus hijas.
“En un profundo análisis del personaje, he rescatado las intervenciones de Poncia y las he convertido en reflexión, soliloquios, diálogos con fantasmas y sombras”, explica Luis Luque sobre su obra, que alumbra “un nuevo mirar dentro de la casa”, dice. “En la obra original asistimos a una sucesión de hechos que se desarrollan en orden cronológico. Aquí, en esta Poncia, no. Ella habla después del shock producido por el suicidio de Adela. Todo ocurre después de su muerte”.
A lo largo de la obra descubrimos la simpatía de la criada por la más joven de las hijas de Bernarda Alba, a la que reivindica. “Ha muerto una hembra valiente”, dice, y se culpa a sí misma de no haber hecho más de lo que hizo. En su soliloquio, Poncia habla de suicidio, libertad, culpa, clase, educación y sexo.
Lolita asume en esta obra un personaje que, un día, se pensó que podría hacer su madre, Lola Flores. Cuando Miguel Narros dirigía el Teatro Español de Madrid encargó un nuevo montaje de ‘La Casa de Bernarda Alba’ al director José Carlos Plaza, que propuso a Lola Flores hacer el papel de Poncia, algo que nunca sucedió, por motivos de agenda, y que Lola Flores lamentó.