José Templado, vecino de Torrelodones
Miércoles 23 de abril de 2014
Quería desde estas páginas mostrar mi apoyo a quienes desde este mismo medio se calificó de “talibanes” y “fanáticos” por levantar suspicacias relativas al proyecto de posible campo de golf en el Área Homogénea Norte.
Soy especialmente sensible a tales calificativos porque, con motivo de mi actividad profesional, también los he recibido con cierta frecuencia. Soy Doctor en Biología, Funcionario del Estado Español en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y me dedico desde hace años a temas relacionados con la conservación de la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Participo en frecuentes cursos y foros sobre estos temas y he contribuido a la redacción de la “Estrategia Española para la Conservación y el Uso Sostenible de la Diversidad Biológica”. Con ello quiero indicar que lo que expongo a continuación lo hago desde un cierto conocimiento y experiencia.
Desde el comienzo de los movimientos conservacionistas, en los años sesenta, los calificativos de “fanáticos”, “radicales”, “alarmistas”, o “extremistas” (ahora “talibanes”) han acompañado siempre su actividad hasta nuestros días, y casi siempre provienen de aquellos que tienen intereses económicos detrás de las actividades que se cuestionan. Por lo demás, esa argumentación tan burda de “se oponen a tal o cual cosa, luego se oponen al desarrollo, luego pretenden que volvamos a la cavernas” ya está totalmente obsoleta. Se utilizó en sus principios (años setenta y ochenta del pasado siglo), pero no la escuchaba (o leía) desde hacía más de quince años. Ahora los detractores del conservacionismo utilizan otro tipo de razonamientos, que no difieren mucho en su fondo, pero son más elaborados en su forma.
El editorial al que respondo, se presenta bajo una apariencia de posición neutral entre los ecologistas “talibanes de la ecología” y los “especuladores de siempre”. Sin embargo, parece escorarse más del lado de los segundos, indicando que “con frenar un poco las ansias especulativas de los de siempre parece suficiente logro”, mientras que carga las tintas contra los ecologistas. Es muy fácil defender opiniones desde una posición moderada y el idioma español ofrece multitud de posibilidades para ello sin necesidad de recurrir a los insultos. Éstos suelen comenzar donde terminan los argumentos y son más propios de posiciones extremas. Por otro lado, no es nuevo que los especuladores se nos presenten ahora con el disfraz verde de los campos de golf y del desarrollo sostenible. Por tanto, no es de extrañar que este tipo de proyectos despierten suspicacias.
El llamado “desarrollo sostenible” no es algo que pueda utilizarse en vano para lo que convenga y en el contexto que se quiera, pues tiene un significado muy concreto y preciso. Tal término se introdujo en la Conferencia de Río (1992) y hace referencia al desarrollo armónico que preconiza una utilización racional de los recursos, acorde a las necesidades y que no ponga en riesgo su uso por las generaciones venideras. El uso de los recursos por encima de las necesidades reales es el primer paso de la insostenibilidad. En los foros y cursos que se celebran sobre desarrollo sostenible suele ponerse como ejemplo más palpable de “desarrollo insostenible” el desarrollo urbanístico español de los últimos años. Se ha construido muy por encima de las necesidades y más que en todo el resto de Europa en su conjunto. El resultado es que en el momento actual hay viviendas disponibles para las próximas dos generaciones. Agotado ya este modelo, parece que ahora lo más viable y rentable son los campos de golf con sus correspondientes urbanizaciones anejas. En esto Torrelodones no es original y sigue al dictado el modelo del resto del territorio español. Este nuevo modelo de desarrollo urbanístico ahora generalizado (el del campo de golf), que se inició hace años en la Costa del Sol, supone que en la actualidad haya proyectos de más de 5.000 campos de golf en toda España (casi más que federados a este deporte) y cifras astronómicas de nuevas viviendas.
El suelo es un recurso limitado, a cuya recalificación y subsiguiente urbanización se asocia uno de los negocios más rentables y fáciles del mundo y que, al mismo tiempo, constituye el principal sustento de los ayuntamientos. Sobra ahondar sobre ello, pues ya es suficientemente conocido. La voracidad de constructores y ayuntamientos sobre el suelo, en una carrera imparable, ha llevado a cuadruplicar o quintuplicar las poblaciones de pequeños municipios en pocos años y a agotar el suelo disponible. A cambio, los futuros ayuntamientos quedan hipotecados. ¿Política de desarrollo sostenible? Yo llamaría a esto más bien “política de tonto el último”. En relación a Torrelodones, ¿existe una necesidad imperiosa de un campo de golf, o son otras las principales demandas de los ciudadanos?, ¿no estamos creciendo demasiado rápido?, ¿qué inconveniente hay en que el único terreno que queda por recalificar se deje así por ahora?, ¿por qué no dejamos algo a los que vengan?
A mí, particularmente, me gustaría un crecimiento más pausado, racional, armónico y asimilable. No es que quiera “volver a las cavernas”, como se dice en el editorial, pero no tendría inconveniente en retrotraerme doce años atrás, cuando vine a vivir a Torrelodones. Me gustaba más el pueblo de antes y vivía mejor que ahora. Pero esto es sólo una opinión personal.
Quedo a su disposición, y a la de los ecologistas y rectores de nuestro ayuntamiento, para cualquier debate que se quiera realizar sobre medio ambiente y desarrollo urbanístico, en general, o sobre campos de golf y reutilización de las aguas procedentes de plantas depuradoras, en particular. Dispongo de mucha información al respecto.
Gracias por dar cabida a mis palabras en estas páginas.
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